lunes, 18 de febrero de 2008

Esta historia es para ti.

Esta historia es para ti.

Esta historia la contaré hoy y nunca más la haré.

El Eterno Enamorado.

Han pasado cosas en la vida de un hombre, que abren puertas nuevas a cada tipo de experiencias.
Ese no era yo; yo era un romántico, un niño que soñaba con el beso ideal. Sin embargo, nada fue así, ella se difuminó como por arte de magia. La acompañé hasta su plano mas espectral, para darme cuenta de que no era ella el problema, si no que era yo.
¿Me explico?
Continuaré, sin más enredos, desde el principio de este amor.

Me llamo simplemente Juan, pero me dicen Temeroso... o ¿Nemoroso?. ¿Acaso entre una T y N, o una E y O, hay gran diferencia? No lo creo. Soy un hombre de 23 años. Me considero un afortunado de la vida, pero creo que ella no se siente afortunada de mí ¡Qué ironía! ¿No es así? En fin. Todos caeremos en los grandes ríos, esos que nos identifican en igual manera, aquellos que confiesan mi historia casi al desembocar en un llanto lunar, como un estrepitoso río de dolientes heridas.

Soy un hombre joven como lo dije en mi edad. Me creo un romántico, un señor de los dolores del corazón; de esos que sólo conforman su vida con el amor; de aquellos que no existen ahora. Soy de los que sólo se conforman con un beso, un “te amo” y con alguien al lado. En pocas palabras: me enamoro del amor. Lindo sueño, ¿verdad?.

Como sueño he dicho, una vez por mi mirar, pasó una mujer, de esas hermosas, llamadas Julietas, ninfas, que con el latido juegan, matan y te ahorcan; y adivinen quién cayó... más ironía, ¿no es así?.
Me abatí rendido a sus pies. Ella era hermosa. Desde el primer día que la vi, tenía su piel blanca, color oro sus rizos de manantial puro. Era, sin duda, una especie de odisea en mi corazón, poder coger el suyo, embalsamarlo con mi deseo, y tenerle para mí, pero adivinen. ¡Sí, más ironía! Estaba con un hombre.

Lloré largas e interminables horas el fracaso del carácter romántico. Sólo nosotros sabemos lo que es el desprecio en el amor. Nos gusta sufrir y volvemos a soñar. La melancolía: amigo contemporáneo, era cosa de cada día en mi tiempo. Seguramente estarás pensando: ¡no importa, hay más mozas! Pero yo, romántico de la esfera cuadrada con cuatro aristas llamadas: Ro – Man – Ti – Co , no me daré por vencido.

Como dicen los españoles, iré a por ella, porque le amo, y sé que ella me ama.
Entonces, me dispuse a caminar a su encuentro, notando su cuerpo, su esencia y el hablar (todavía no escuchado). ¡Qué más melodioso alarde es el cantar de una dama! ¿No es así Dios? Tengo razón. Como el plan anterior era encararle, jugar y hablar, ocupé la técnica mas idiota del ser contemporáneo: esperé a que se fuera el novio, salté hacia su banca, corrí por el sendero del amor, ¿y saben para qué? Para pedir la hora, estúpida pregunta. ¿Por qué? Sencillo, déjame explicarte. Estoy en un seudo parque, el cual tiene más concreto que árboles, ¿ya saben donde estoy? Está lleno de personas ese lugar, de aquellos amigos vecinos que cruzan la frontera en busca de “oportunidades”. También hay una catedral. Fue ahí donde salté sobre todos ellos, más de 150 entes, para pedirle a la diosa ¿una hora?, como si los ciento cuarenta y nueve hombres desconocidos, para mí, estuvieran en ese mismo momento sin reloj, celular, beeper, etc.

Tonteras que hace el hombre enamorado del ideal, ¿no es así?. Pero no me importaba. Quería escuchar su voz; quería sentirme cerca de ti; quería arrancarme con un beso de la dama, mientras el novio dormía en la esperanza de la fidelidad... y adivinen qué pasó. Ironía nuevamente. Llegué a su lado casi derramado en líquido, hecho una posa humana, para preguntar la hora, y adivinen: ¡Era muda!.

Era muda amigos míos. No hablaba. Sin palabras movía sus labios al compás de una melancólica melodía sin sonidos aparentes, pero eso no me importó; le quería aún más así. ¿Por qué? Hay una canción muy conocida por este romántico, que dice algo así:

“y más cuando me callo,
me callo lo que hay, lo que hay es lo que toca
y pa’ tocar el corazón es mejor no abrir la boca”

Le pregunté su nombre, su vida, su razón para estar en esta plaza, pero ya saben las respuestas: nada. Sólo el aire de un melancólico silencio. Entonces, le propuse que mañana nos uniéramos a la misma hora en la misma banca, de esta desagradable obra urbana llamada plaza, para salir un rato a pasear. Adivinen qué pasó: afirmó con la cabeza.

Feliz por esta respuesta, salí caminando sobre el mar de gente, que parecía inmutable ante la respuesta de mi querida próxima amada. ¿Pero qué importaba? En ese momento volvía a mis estudios, aunque con una sonrisa. ¿Qué importa la gente? Me pregunto: ¿acaso no han visto a un enamorado romántico? Parece que no.

Ese día por la tarde, soñaba poesía, comía poesía, dormía poesía, y adivinen lo diferente del día. Lo distinto era que al resto de la gente común, la veía con la mirada de mi amada, refortaleciendo mi intención de vivir y de ser un hombre nuevo. Un hombre que todavía podría vivir y ser feliz. Es más, lograr lo soñado. Es muy lindo eso.

El día pasó, y me acordé de mi cita romántica. Esa cita que sólo esperaba minuto a minuto, desde el día que la dejé a ella en esta misma plaza, la misma banca y con esta gente similar -no sé si eran las mismas, pero parecidas-. Yo esperándola con ansiedad la vi llegar. Sí, ella, más hermosa que las más hermosas, más bellas que todas las diosas, y más aún que lo que podría definir mi corazón y mi mente.

Se sentó en la misma banca, yo le miré y me miró. Con ojos de indiferencia, le pregunté si había algo malo, y negó con su cabeza. Entonces, le consulté si deseaba salir de acá, y me volvió a negar, por lo cual me quede sentado en la banca largo rato conversando con ella. Lo primordial al leer sus labios fue la esencia de su nombre susurral, lo que terminó por hechizarme. Me dijo Teresa, así se llamaba... ¿o quizás Inés? No soy muy bueno para leer los labios.

Era una mujer delgada, con un vestido azul, flor en su cabello, de esas afrodisíacas , y un escote tan hermoso que la gente se dignaba a verle, no por su busto, si no por su esencia de mujer. ¿Muy romántico, no es así?

Desde el primer momento que la conocí, me di cuenta de lo indiferente de su mirar. En ese entonces le preguntaba, el por qué de esa indiferencia, y nunca me respondía. Eso para mí no era incomodo. Sólo pensaba que conversaba con alguien más, que tal vez yo no era precisamente el que debía estar ahí. Entonces, un día, ocurrió algo especial: conversando ella se acercó, después de tres semanas exactas, hacia mi cuerpo, recostándose en el mío... yo feliz dejé de pensar la indiferencia, y le pregunté si le gustaba estar conmigo. Ella asintió.

Estando en esta circunstancia, le pregunté: ¿de verdad que ha sido rara mi vida? Puras dudas, suposiciones, y confusiones, pero ahora que veo bien todo, me doy cuenta que realmente son cosas del ser humano... mi pequeña dama silenciosa, dama del elixir interminable, de mi compás de la suavidad. Diciendo esto, se dio vuelta hacia mi rostro y acudió sin más a besarme, mi primer beso, ese beso que sólo deseaba en toda mi vida, ese que hace mucho esperaba de un silencio; siempre pensé cómo besar al silencio, pero cuando llegó el momento de besarle, de besar al silencio.
Desperté en mi tiempo, sin el gustoso amor de mi dama silenciosa, acostado sobre el campo que debía cuidar, mirando al cielo, y escuchando terminar una pequeña cantiga, que mi amigo había entonado, y me dijo:

¿Cuál es tu problema, amigo de mi alma?

Empecé a cantar mi vida tan triste. Sólo un sueño me mantuvo despierto realmente, y ahora acostado en el pastoreo. Me fui del paraíso para caer en el infierno.
Ahora amigos míos, no soy el temeroso, y ni el nemoroso, sólo soy el hombre que estaba de espectador como tú, pero desde el otro lado de tu espejo. Y adivinen. Teresa nunca fue muda, y nunca amo a tu Nemoroso o Juan, amaba a un Tal Vicente Sánchez, amigo íntimo de ella, desde hace miles de años (exageración, lo sé). Y el beso de Teresa, o Inés para ti, sólo lo disfrutó el amado y querido Vicente, llamado Sancho, por su panza y por su materialismo.

Saludos cordiales, desde la tercera dimensión, desde los puntos X, Y, Z. Puesto que los he sacado del limbo del espacio para volverlos a un punto W y que sean realistas ante lo virtual. Adiós estimados, ya he firmado como el:

El Eterno Enamorado u Hombre contemporáneo.
El soñador de la vida onírica.



Saludos cordiales, nuevamente a Ximena y Rodrigo, y agradezco, a el tímido hombre que está muerto, pero cuando le toma, lo tocas y le miras vuelve a nacer. Saludos al él, que con el corazón que las damas encontramos dentro, son infinitas y hermosas.


Cuento
Alberto Cifre

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